En el año 940, cuenta el Houa Chou (Hua Zhou), que el ingeniero Chen Koua (Chen Gua) sabía incluso fabricar imanes artificiales enfriando una barrita de acero orientada norte-sur.
Describe una aguja transportada a bordo, que permite seguir un rumbo, incluso cuando la estrella polar está cubierta por las nubes.
Hasta 1700, los compases se fijaban y montaban sobre los mapas, en los cuales el Norte estaba indicado por una flor de lis.
A continuación se realizaron compases líquidos, en los cuales se situaba la aguja dentro de una caja metálica rellena de agua destilada.
Como las agujas se desmagnetizaban muy rápido, el ingeniero inglés Gowan Knight inventó en 1745, una técnica para magnetizar durante largo tiempo los aceros duros.
En 1876, sir William Thomson, más tarde lord Kelvin, introdujo un compás seco, cuyo habitáculo estaba montado sobre un pivote. Y, tenía un sistema de corrección de errores causados por el magnetismo propio del barco.
Este tipo de brújulas desapareció, cuando las altas velocidades comenzaron a hacer vibrar excesivamente la aguja, y fue reemplazado por nuevos compases líquidos, como puedes comprobar más abajo.
Todo ello, es un ejemplo genial de como un instrumento muy pequeño, puede aprovechar un efecto natural inmenso. La brújula lo que hace, es orientarse según el campo magnético de la Tierra. Y es que la tierra, actúa como un imán de tamaño planetario.
Origen de la brújula
Para conocer los orígenes de la brújula debes saber que la primera documentación conocida sobre el magnetismo se encuentra en un texto chino del siglo IV a.C., el Libro del señor del valle del diablo.
En el siglo I, otro texto hace mención de la atracción magnética de una aguja. Pero hasta el año 1040 no se menciona una aguja colocada sobre un vaso de agua para encontrar una dirección.